Mi padre no solo me dio educación, cuidados y alguna que otra bronca para espabilar. También me enseñó algo que nunca olvidaré:“Hijo, no hace falta ser el mejor, solo tener el número de quien lo es”.
Una lección de vida que, en pocas palabras, venía a decirme: “Mira, eres demasiado torpe para destacar, pero si te haces amigo del mejor, seguro que te salva el culo”.
Igual no era esa la intención, pero oye, a mí me quedó claro.
Eso sí, hoy no estoy aquí para hablarte de lo buen padre que es, aunque lo sea. Estoy aquí para contarte que, como TODOS, tiene sus manías, defectos y vicios.
Y el suyo, además de hacer reír, es fumar porros.
Que si tú no fumas, seguro que tu vecino sí. Y si no es tu vecino, es tu primo.
Es una estadística que yo no inventé,
pero que parece tan cierta como que si te pica el culo y te acuestas al día siguiente te huele el dedo. En este monólogo no solo saco a relucir lo bueno de mi padre.
También aireo sus trapos sucios con cariño, humor y esa irreverencia que él mismo me enseñó.
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